"Sería imposible saber qué horrores quedaron grabados en la memoria de los niños que vivieron el día del bombardeo de Hiroshima"
Las huellas eternas.
La vida escuchada desde la megafonía de un tren.
El desconcierto.
Las consecuencias.
Se estima que hacia finales de 1945 unas 140.000 personas habían muerto en Hiroshima a causa de la bomba atómica. De ellas, unas 90.000 murieron prácticamente en el acto; el resto, en los meses posteriores. No se ha logrado hacer un cálculo preciso de cuántas murieron en los años sucesivos y de cuántas sufrieron malformaciones posteriores a causa de la radiación a la que fueron expuestos.
"De una ciudad activa de 250.000 habitantes en la mañana, a un montón de residuos en la tarde", detalla Hersey. Los japoneses que no murieron a causa del bombardeo sentían cierta aprensión a ser llamados supervivientes, ya que consideraban que remarcar el hecho de estar vivos podía incidir en ofensa a los que estaban muertos. Por eso preferían que se hablase de ellos como los "Hibakushas", que significa "persona afectada por la explosión".
La señorita Toshiko Sasaki acababa de ocupar su puesto en la oficina donde trabajaba cuando sintió el relampagueo que la bomba atómica estaba produciendo sobre la ciudad de Hiroshima. Eran las ocho y cuarto de la mañana del seis de agosto de 1945. Fue una de los seis "hibakushas" en los que Hersey centró un reportaje publicado con el nombre de Hiroshima.
Un buen reportaje debe alejarse de abstracciones líricas y lugares comunes, y personificar, concretar. Esa es una de las premisas básicas que enseñan en las facultades de periodismo a la hora de abordar las reglas para la elaboración de reportajes. Hersey, nacido en China pero de familia norteamericana, se acoge a esta regla con precisión para contar cómo vivieron el bombardeo seis personas y hacer un recorrido sobre cuales fueron las posteriores consecuencias que la explosión les dejó.
La voz de los vivos
Un año después del atentado, Hersey visita Hiroshima y se acerca a los supervivientes para convertirse en su voz.
Tras el bombardeo, Toshiko Sasaki tuvo que hacerse cargo de sus hermanos pequeños, Yasuo y Yaeko. El dolor físico en su pierna le acompañó siempre. La necesidad de no pensar demasiado en el pasado, también. Es el primer retrato, la primera referencia. Kiyoshi Tanimoto, pastor de la Iglesia Metodista, fue otro de los "hibakushas".
Hatsuyo Nakamura, viuda de un costurero, es la tercera.Se aferró a su maquina de coser para sacar a su familia adelante. La búsqueda constante de sustento, el trabajo como dignidad humana, se convirtió en su constante vital.
Terufumi Sasaki se pasaría la vida intentando no atormentarse por el recuerdo de las noches posteriores al bombardeo. El padre Wilhelm Kleinsorge, sacerdote alemán, entendió que haber vivido esa experiencia le convertía en más japonés que alguno de sus coetáneos nativos. El doctor Masakazu Fujii ya nunca volvió a leer la revista Asahi de Osaka en el porche de su hospital privado con la misma calma que lo estaba leyendo en el momento en que el cielo de Hiroshima se volvió rojo. Son las otras tres personas que comprenden un cohesionado relato.
Hersey quiso hacer un reportaje largo sobre estas seis vidas para The New Yorker, pero resultó demasiado extenso. El editor Wiliam Shawn decidió, sin embargo, apostar por la historia, y el 31 de agosto de 1946 la revista sacó un número dedicado íntegramente al reportaje, que posteriormente sería editado en libro convirtiéndose en un referente periodístico.
El primer capítulo lo titula "Un resplandor silencioso". El arrebato inicial, la ignorancia. Después, la lucha por sobrevivir, por superar el pasado. Primero las heridas; tras ellas, los efectos de la radiotoxemia. Los ataques nucleares ordenados por Harry Truman, Presidente de los Estados Unidos, dejó en ellos una marca imborrable. El bombardeo que junto al de Nagasaki puso punto final a la Segunda Guerra Mundial les cambió las perspectivas, las ideas.
Cuarenta años más tarde, Hersey regresa a Hiroshima para dejar constancia de que el mundo siguió dando vueltas tras aquella explosión, pero, para algunos, con el rumbo cambiado.
Sobrio y directo, desnudo de sensacionalismo y tópicos, Hersey dibuja el perfil de estos seis personajes construyendo un relato ejemplar y absolutamente descriptivo de la personalidad japonesa. El desamparo y el sufrimiento humano superado por las ansias de vivir por encima de cualquier destrucción.
Sencillo, ágil, sereno. Imparcialidad y rigor para dejar constancia que el buen periodismo testimonial es posible. Un relato limpio que no necesita de excesos para recrear el ambiente de desamparo, el estado de impotencia. La asimilación de derrotas y los anhelos truncados como única pertenencia cuando la vida se rompe en un instante.
"Continuaron su camino", escribe Hersey, y sigue: "Ahora no había demasiada gente caminando por las calles, pero muchos aparecían sentados o acostados sobre el pavimento, vomitando, esperando la muerte, muriendo".
Toshiko Sasaki, Kiyoshi Tanimoto, Hatsuyo Nakamura, Terufumi Sasaki, Wilhelm Kleinsorge y Masakazu Fujii no estaban entre esos muertos. Ellos sobrevivieron, continuaron su camino... pero un camino marcado por las huellas eternas de aquel seis de agosto en Hiroshima.
Hiroshima
JOHN HERSEY
Traducción: Juan Gabriel Vásquez.
2002 Turner, 184 páginas.
2009 DeBolsillo, 192 páginas.
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