domingo, 17 de enero de 2010

El principito, SAINT-EXUPÉRY


"“Había una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo…” Para quienes comprenden la vida habría parecido mucho más cierto. Pues no me gusta que se lea mi libro a la ligera. ¡Me apena tanto relatar estos recuerdos! Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Si intento describirlo aquí es para no olvidarlo. Es triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo."

"Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan”, escribe Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El principito, en la dedicatoria inicial del libro.

Este relato publicado por primera vez en Estados Unidos en 1943 ha sido traducido a 180 lenguas y dialectos para un montón de niños repartidos por el mundo. Pero la historia de este pequeño príncipe no es sólo un cuento para niños. Es una historia para recordarnos a los adultos qué significa la amistad, y para recordarnos también que un día fuimos niños y que quizás no hayamos cambiado tanto.

Un aviador se encuentra perdido en el desierto del Sahara tras haber tenido un fallo en el motor de su avioneta. Entonces aparece un jovencillo rubio y avivado lleno de preguntas. Es el principito. El relato de sus peripecias mostrará la estupidez y la inercia de los adultos frente a la sabiduría de los niños, aquella inteligencia y sensibilidad que se pierden cuando se crece.
El principito le cuenta al aviador de dónde viene: un pequeño planeta llamado el asteroide B612, donde hay tres volcanes y una rosa. Le explica que un día decidió partir de su planeta para conocer el universo y que fue así cómo se adentró en seis planetas habitados por diversos personajes: Un autoritario rey, un vanidoso, un borracho, un hombre de negocios, un farolero y un geógrafo que con sus actitudes le demostraron lo rápido que se olvidan los adultos de los sueños en los que creyeron cuando fueron niños y lo falsa y absurda en que se han convertido sus vidas.

En uno de esos viajes, le aconsejan acercarse al séptimo planeta, la tierra. Y es en ese momento en el que se encuentra, recién llegado al desierto.
Ansias de poder, egoísmo, apatía, avaricia, absurdez, falsedad… es lo que ha encontrado en sus viajes y ahora espera, entre los habitantes de la tierra, encontrar algo más… hombres y mujeres que no cuenten las estrellas con la esperanza de poseerlas sino por el placer de apreciar su belleza.

Bellezas sencillas, como las de los dibujos, figuras que son esenciales en el libro, ya que el principito, como los niños, saben que lo que dibujan puede salirse del papel y cobrar vida. Por eso apuestan constantemente por la imaginación. Mientras, el encuentro con diversos personajes, como el zorro, le harán comprender por qué buscó en el mundo amigos que le hicieran no sentirse sólo, que consiguieran que se sintiera especial…
"—Sí, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito semejante a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante entre cien mil zorros. Pero, si tú me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo..." 
Pequeñas y agridulces metáforas. Añoranzas. Ritos que expliquen que si se sabe que el anhelo se materializará a las cuatro de la tarde, la felicidad será desde las tres, porque se podrá disfrutar también de la espera, de la preparación. Ritos que además se materializan. Llega el aniversario, la sucesión cíclica del tiempo que le recuerdan que un día como hoy, pero con la belleza y la ingenuidad de los principios, se inició todo.

Es el aniversario de su caída sobre la tierra, y entonces, de regalo, comprende que a pesar de que ahora sí ha encontrado a su amigo, debe regresar a su hogar. Es triste porque todo se acaba. Y porque, como dijo el zorro, “si uno se deja domesticar corre el riesgo de llorar un poco…”.
Aunque el principito sabe también que, aún desde la distancia, su viaje habrá merecido la pena, la esencia quedará siempre, su amigo lo será ya para toda la vida aunque no vuelva a verlo: “No debes olvidarlo. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado”, le recordó su amigo el zorro.


El Principito 
ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY
1991 Editorial Alfredo Ortelis.
2001 Salamandra. 
(Diferentes editoriales)
miércoles, 13 de enero de 2010

Hiroshima, JOHN HERSEY


 "Sería imposible saber qué horrores quedaron grabados en la memoria de los niños que vivieron el día del bombardeo de Hiroshima"






Las huellas eternas.
La vida escuchada desde la megafonía de un tren.
El desconcierto.
Las consecuencias.

Se estima que hacia finales de 1945 unas 140.000 personas habían muerto en Hiroshima a causa de la bomba atómica. De ellas, unas 90.000 murieron prácticamente en el acto; el resto, en los meses posteriores. No se ha logrado hacer un cálculo preciso de cuántas murieron en los años sucesivos y de cuántas sufrieron malformaciones posteriores a causa de la radiación a la que fueron expuestos.
"De una ciudad activa de 250.000 habitantes en la mañana, a un montón de residuos en la tarde", detalla Hersey. Los japoneses que no murieron a causa del bombardeo sentían cierta aprensión a ser llamados supervivientes, ya que consideraban que remarcar el hecho de estar vivos podía incidir en ofensa a los que estaban muertos. Por eso preferían que se hablase de ellos como los "Hibakushas", que significa "persona afectada por la explosión".

La señorita Toshiko Sasaki acababa de ocupar su puesto en la oficina donde trabajaba cuando sintió el relampagueo que la bomba atómica estaba produciendo sobre la ciudad de Hiroshima. Eran las ocho y cuarto de la mañana del seis de agosto de 1945. Fue una de los seis "hibakushas" en los que Hersey centró un reportaje publicado con el nombre de Hiroshima.
Un buen reportaje debe alejarse de abstracciones líricas y lugares comunes, y personificar, concretar. Esa es una de las premisas básicas que enseñan en las facultades de periodismo a la hora de abordar las reglas para la elaboración de reportajes. Hersey, nacido en China pero de familia norteamericana, se acoge a esta regla con precisión para contar cómo vivieron el bombardeo seis personas y hacer un recorrido sobre cuales fueron las posteriores consecuencias que la explosión les dejó.

La voz de los vivos
Un año después del atentado, Hersey visita Hiroshima y se acerca a los supervivientes para convertirse en su voz.
Tras el bombardeo, Toshiko Sasaki tuvo que hacerse cargo de sus hermanos pequeños, Yasuo y Yaeko. El dolor físico en su pierna le acompañó siempre. La necesidad de no pensar demasiado en el pasado, también. Es el primer retrato, la primera referencia. Kiyoshi Tanimoto, pastor de la Iglesia Metodista, fue otro de los "hibakushas".
Hatsuyo Nakamura, viuda de un costurero, es la tercera.Se aferró a su maquina de coser para sacar a su familia adelante. La búsqueda constante de sustento, el trabajo como dignidad humana, se convirtió en su constante vital.
Terufumi Sasaki se pasaría la vida intentando no atormentarse por el recuerdo de las noches posteriores al bombardeo. El padre Wilhelm Kleinsorge, sacerdote alemán, entendió que haber vivido esa experiencia le convertía en más japonés que alguno de sus coetáneos nativos. El doctor Masakazu Fujii ya nunca volvió a leer la revista Asahi de Osaka en el porche de su hospital privado con la misma calma que lo estaba leyendo en el momento en que el cielo de Hiroshima se volvió rojo. Son las otras tres personas que comprenden un cohesionado relato.

Hersey quiso hacer un reportaje largo sobre estas seis vidas para The New Yorker, pero resultó demasiado extenso. El editor Wiliam Shawn decidió, sin embargo, apostar por la historia, y el 31 de agosto de 1946 la revista sacó un número dedicado íntegramente al reportaje, que posteriormente sería editado en libro convirtiéndose en un referente periodístico.
El primer capítulo lo titula "Un resplandor silencioso". El arrebato inicial, la ignorancia. Después, la lucha por sobrevivir, por superar el pasado. Primero las heridas; tras ellas, los efectos de la radiotoxemia. Los ataques nucleares ordenados por Harry Truman, Presidente de los Estados Unidos, dejó en ellos una marca imborrable. El bombardeo que junto al de Nagasaki puso punto final a la Segunda Guerra Mundial les cambió las perspectivas, las ideas.

Cuarenta años más tarde, Hersey regresa a Hiroshima para dejar constancia de que el mundo siguió dando vueltas tras aquella explosión, pero, para algunos, con el rumbo cambiado.
Sobrio y directo, desnudo de sensacionalismo y tópicos, Hersey dibuja el perfil de estos seis personajes construyendo un relato ejemplar y absolutamente descriptivo de la personalidad japonesa. El desamparo y el sufrimiento humano superado por las ansias de vivir por encima de cualquier destrucción.
Sencillo, ágil, sereno. Imparcialidad y rigor para dejar constancia que el buen periodismo testimonial es posible. Un relato limpio que no necesita de excesos para recrear el ambiente de desamparo, el estado de impotencia. La asimilación de derrotas y los anhelos truncados como única pertenencia cuando la vida se rompe en un instante.

"Continuaron su camino", escribe Hersey, y sigue: "Ahora no había demasiada gente caminando por las calles, pero muchos aparecían sentados o acostados sobre el pavimento, vomitando, esperando la muerte, muriendo".
Toshiko Sasaki, Kiyoshi Tanimoto, Hatsuyo Nakamura, Terufumi Sasaki, Wilhelm Kleinsorge y Masakazu Fujii no estaban entre esos muertos. Ellos sobrevivieron, continuaron su camino... pero un camino marcado por las huellas eternas de aquel seis de agosto en Hiroshima.

Hiroshima
JOHN HERSEY
Traducción: Juan Gabriel Vásquez.
2002 Turner, 184 páginas.
2009 DeBolsillo, 192 páginas.
lunes, 4 de enero de 2010

El año del pensamiento mágico, JOAN DIDION



"Solía contarle a John mis sueños, no tanto para entenderlo como para librarme de ellos, para mantener clara la cabeza a lo largo del día. “No me cuentes el sueño”, me decía al despertarse por la mañana, pero finalmente lo escuchaba. Cuando murió, dejé de soñar."




"La información es control", le habían enseñado desde niña a Joan Didion. Sin embargo, en un instante, el control es una utopía y la vida, un desorden. Todo se escapa y sólo queda avanzar a ciegas. "Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba. En un soplo. O a falta de uno".
La escritora Joan Didion estaba preparando la cena junto a su marido John en un día aparentemente similar a cualquier otro. De pronto, en un segundo, su marido sufrió un ataque al corazón y murió prácticamente en el acto. Su vida cambió.
Esa misma tarde habían estado en el hospital. Su única hija, Quintana, llevaba varios días inconsciente ingresada en la UVI. Aunque durante la redacción de este libro pareció recuperarse, al poco tiempo empeoró y murió, con 39 años.
De la noche a la mañana, el mundo de Joan Didion había desaparecido, sus sólidas construcciones se habían desplomado con un único soplo. Sola emprendió el camino de la búsqueda de la luz, de la recomposición. Inició su año del pensamiento mágico.

"No podía contar las veces que a lo largo de un día normal, se me ocurría algo que necesitaba decirle. Ese impulso no se acabó con su muerte. Lo que se acabó fue la posibilidad de una respuesta. Leo algo en el periódico que normalmente lo hubiera leído él."
La cotidianidad compartida se convierte en ese instante en una cotidianidad inesperadamente solitaria. Hay que reaprender a vivir.
El año del pensamiento mágico no es un manual ni un libro de autoayuda, es un testimonio directo -y limpio de cualquier sentimentalismo meloso- sobre la pérdida y el estado de orfandad en que deja una inesperada muerte o un repentino cambio. Habla de la vulnerabilidad del ser humano y de la inutilidad de querer controlar lo incontrolable, la propia vida que en un momento deja fulminada cualquier aparente situación de orden y lógica.
Una descripción exacta: "Somos imperfectos mortales, conscientes de nuestra mortalidad aún cuando tratemos de eludirla, vencidos ante nuestra propia complejidad, tan acorralados que cuando nos dolemos por lo que hemos perdido, también nos dolemos, para bien o para mal, por nosotros mismos. Por lo que ya no somos. Por la nada absoluta que un día seremos."

Y al describir la sensación extrema de vacío y de inutilidad, también se abordan otros procesos que la autora experimentó durante el año posterior a la muerte de su marido. El dolor extremo, la incredulidad, la esperanza, la asimilación, la adaptación... La cotidianidad tras el arrebato. La necesidad de enterrar el pasado para poder mirar hacia delante. Lo que convierte a este relato, publicado en Nueva York en octubre de 2005, en una extraordinaria prueba de supervivencia.

El año del pensamiento mágico
JOAN DIDON
Traducción: Olivia de Miguel.
2006 (2º edición) Editorial Global Rhythm Press, 209 páginas.

sábado, 2 de enero de 2010

84, Charing Cross Road, HELENE HANFF


"Me encantan esos libros de segunda mano que se abren por aquella página que su anterior propietario leía más a menudo. El día en que me llegó el ejemplar de Hazlitt, se abrió por una página en la que leí: "Detesto leer libros nuevos." Y saludé como a una camarada a quienquiera que lo hubiera poseído antes que yo."




La escritora neoyorquina Helene Hanff sueña con conocer algún día la Inglaterra descrita en la literatura inglesa. Mientras la dibuja en su imaginación, alimenta el sueño leyendo esos libros. En el 84 de la londinense Charing Cross Road se sitúa la emblemática librería que le proporciona ese alimento necesario.

Hanff, desde su Nueva york natal, descubre un anuncio en el Saturday Review de una librería londinense especializada en libros agotados. Decide escribirles y tras presentarse como una "escritora pobre amante de los libros antiguos", adjunta una lista con sus "necesidades más apremiantes".
Al otro lado del océano, recibe la carta el librero Frank Doel, que educadamente responde a la carta y le adjunta alguno de los ejemplares demandados. Es el otoño de 1949 y cruzando el Atlántico se inicia, en ese momento y de ese modo, una relación, a primeras comercial, que dejará al descubierto la inmensa pasión de ambos por los libros.

El intercambio de cartas se prolongará a lo largo de dos décadas, un tiempo en el cual, además de numerosos libros, se intercambiarán deseos, ilusiones y la cotidianidad definida por el paso de los años. Veinte años de venta de libros que serán testigo de la continuidad de la vida, del crecimiento de las hijas del librero, de los nuevos trabajos de la escritora, del pastel hecho con pasas una tarde de invierno, del ambiente político de una Inglaterra de posguerra limitada por la racionalización de alimentos...
A su vez, la relación humana que se establece entre ambos se contagia al resto de los empleados de la librería. La confianza no impuesta, la intimidad que se descubren en esas cartas se ampara en la tranquilidad que da el desconocimiento, la de no saber cómo es el destinatario de las cartas, y la que propicia la distancia. Libros, harina, huevos, bodas, esperanzas. Cartas donde se desmenuzan las miserias, la gratitud, el anhelo... envuelto todo por un amor intenso a los libros, a leerlos y a tocarlos, a respirarlos, a subrayarlos, a sentirlos.

Dedicatorias escritas en un papel, como si "una dedicatoria manuscrita en el libro le hiciera perder valor... cuando para su actual propietaria lo habría incrementado muchísimo". La sucesión de lecturas, autores, poemas... las ganas contagiadas de leer esos libros. La magia de la espera dejada caer en una nota: "Cuéntame cosas acerca de Londres: el metro, las antiguas escuelas de derecho, Mayfair, el lugar donde estaba el Globe Theatre, todo lo que se te ocurra.". La lectura actual de unas cartas que regalan la posibilidad de compartir las pequeñas y eternas pasiones, de mantener vivo el recuerdo de una librería de la que hoy sólo queda una placa.

84, Charing Cross Road
HELENE HANFF
Editorial Anagrama, 125 páginas.
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